La Comisión Directiva de la Asociación Filosófica de la República Argentina (AFRA) expresa su más enérgico repudio ante el reciente mensaje difundido por el vocero presidencial, donde se descalifica un proyecto de investigación aprobado por la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación.
Dicho proyecto, titulado “Modalidades posthumanas de la subjetividad y el ser-con-otros”, no solo fue evaluado y aprobado por comités de especialistas mediante los mecanismos regulares del sistema científico, sino que aborda una problemática de profunda actualidad. En un mundo marcado por la convergencia entre tecnología, política y subjetividad, y ante desafíos como la inteligencia artificial, la vigilancia algorítmica o el colapso ambiental, preguntarse por las formas emergentes del ser y del estar juntos no es una extravagancia: es una necesidad.
Que el gobierno decida ahora qué investigaciones deben o no financiarse, en función de criterios ideológicos, no solo vulnera el principio de autonomía académica y el respeto a la evaluación por pares, sino que introduce una forma burda de censura. Una censura sin libros quemados pero con recortes presupuestarios, tuits altaneros y desfinanciamiento sistemático.
Porque, digámoslo claramente: si el gobierno pretende sincerarse, debería reconocer que no se trata de un ataque aislado a las humanidades. Se trata del desmantelamiento deliberado de todo el sistema científico-tecnológico nacional. Las políticas aplicadas a la Agencia I+D+i, al CONICET, al INTI, al INTA, a la CNEA (y su proyecto insignia, el CAREM), o a los desarrollos de ARSAT, no distinguen entre ciencias duras, sociales o aplicadas: apuntan a destruir nuestras capacidades estratégicas, nuestra soberanía y nuestro futuro.
Resulta irónico que se invoque la “innovación tecnológica” para justificar una política que, en los hechos, sólo ha producido desinversión, fuga de cerebros y ruptura de capacidades acumuladas durante décadas. Es aún más llamativo que se apunte contra la filosofía por su “dudosa utilidad”, mientras se aplica sin pudor un recetario económico tan rancio como ineficaz, cuyos efectos en los indicadores de pobreza, desigualdad, desempleo y caída industrial están a la vista.
Todo parece indicar que el verdadero temor del gobierno es que las humanidades —y en particular la filosofía— sigan cumpliendo su función esencial (más profunda): formar pensamiento crítico, ofrecer herramientas para comprender lo que nos pasa, y abrir horizontes para pensar más allá del mercado y la obediencia. Por eso, no sorprende que se las ataque. Lo que sorprende, en todo caso, es que ese ataque se haga con una arrogancia comunicacional que combina ignorancia y petulancia en dosis sólo comprensibles si se reconoce lo que realmente está en juego: embrutecer a la población como condición necesaria para entregar su soberanía.
Desde AFRA reafirmamos nuestro compromiso con una ciencia libre, plural y soberana. Y con una filosofía que no se arrodilla ante el poder, sino que lo interroga.